En nuestra época hay una dimensión de la personalidad en la que es
absolutamente fundamental que nos esforcemos en educar en valores a nuestros hijos: la sexual. Los padres tenemos que hablar de sexo con nuestros hijos y desde muy pequeñitos porque hoy día la perversión sexual de los menores es algo que flota en el ambiente: ciertas modas, cierta educación sexual en la escuela, ciertas series de moda en la televisión, etc. Debemos ayudarles a dar sentido a
todo aquello que les muestra el ambiente y que es precisamente lo que ese ambiente no les proporciona: el sentido de la sexualidad, la integración de la misma en una personalidad seria, arraigada.
La llamada «perspectiva de género y de la salud sexual y reproductiva» es un inmenso error antropológico en materia de sexualidad que hoy está omnipresente en nuestra sociedad y frente a la que tenemos que formar a nuestros hijos en una visión seria y responsable de la propia sexualidad. La ideología de género es una visión de la persona que consiste en afirmar que en materia de sexualidad no hay nada que sea natural y que, por tanto, todo lo que
tiene que ver con la sexualidad es una construcción cultural; subjetivamente, nos dice esta ideología, uno no es ni hombre ni mujer, es la orientación afectivosexual que autónomamente decida; el único criterio moral es la libertad, todo lo que hacemos es bueno y, por tanto, para la ideología de género las conductas homosexuales, heterosexuales, transexuales o bisexuales son igual
de valiosas, porque son el fruto de la autonomía operativa de cada persona que es el único criterio en esta materia. Por ello, en esa perspectiva todo lo que restrinja la posibilidad de experimentar en materia de sexualidad es ilícito, y todo lo que ate en materia de sexualidad es nocivo; por eso la maternidad es nociva y el aborto un derecho.
Para hacer frente a esta deformación axiológica de nuestros jóvenes, los padres debemos formarnos en materia de sexualidad; hay que formarse para hablar bien de sexo. Como padres, como madres, como abuelos, como profesores, tenemos obligación de saber hablar de sexo con nuestros hijos, con nuestros nietos, con nuestros amigos; del sentido humano de la sexualidad, de cómo se integra una sexualidad responsable en un proyecto personal serio y maduro, del valor de la vida y la maternidad. Y si no sabemos cómo hacerlo, hay que preguntar, porque gracias a Dios hoy día hay bastantes páginas web, cursos e instituciones que enseñan a las familias a hablar de sexualidad.
Así pues, para transmitir valores, para educar, lo primero que hay que hacer es aclararse. Esa es la gran obligación nuestra como padres, como profesores y como ciudadanos responsables: saber cuál es el modelo ideal de persona que tenemos que poner delante de nuestros jóvenes para enamorarles, para que les guste ser así, para que vayan comprometiendo de forma progresiva y esforzada
su personalidad y su libertad con los valores que merecen la pena. Si actuamos así, comprobaremos que los jóvenes de hoy son tan encandilables por los sanos valores –por el bien- como los de todas las épocas.
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