Queridos
diocesanos:
“Galileos, ¿qué
hacéis ahí plantados mirando al cielo?” (Hch 1, 11). La frase,
lanzada por dos hombres vestidos de blanco (¿ángeles?) a los discípulos
de Jesús absortos mientras veían a su Señor desaparecer de su vista,
suena como un aldabonazo en la conciencia. Era la hora de la acción. Los
discípulos tenían que regresar a Jerusalén para ser investidos de la
fuerza de lo alto y comenzar a anunciar del Evangelio allí mismo, para
partir después por todo el mundo (cf. Hch 1, 8; Mc 16, 15.20).
Era Pentecostés, y
una vez que el Espíritu Santo sacudió violentamente la casa donde
estaban y encendió las mentes y corazones de los Apóstoles con el fuego
de la palabra que debían transmitir, ya no podían esperar más y se
lanzaron a predicar en todas las lenguas de la tierra a todos los
pueblos del mundo. El relato de la venida del Espíritu Santo culmina en
una profecía reveladora de la misión de la Iglesia, una misión confiada
inicialmente a los Apóstoles pero que concierne a todos los bautizados: “Id,
pues, y haced discípulos…” (Mt 28, 19). Lo recordó el Concilio
Vaticano II del que pronto se cumplirán 50 años de su inauguración,
mencionando expresamente a los laicos: “El apostolado de los laicos
es la participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, a cuyo
apostolado todos están llamados por el mismo Señor en razón del bautismo
y de la confirmación” (LG 33).
El mensaje de la
Comisión Episcopal de Apostolado Seglar con ocasión del Día de la
Acción Católica y del Apostolado Seglar, coincidente con la
solemnidad de Pentecostés, recuerda esta misma realidad y la pone en
conexión con la nueva evangelización, tan de actualidad no sólo por la
próxima asamblea del Sínodo de los Obispos en octubre sino también por
la urgencia de un testimonio cada día más transparente, decidido y
eficaz de todos los cristianos en nuestra sociedad, tan tocada de
secularismo y olvido de sus raíces más auténticas, las que se nutrieron
de la fe y del evangelio. El próximo “año de la fe” anunciado
por Benedicto XVI será una nueva oportunidad para alimentar esas raíces
con el agua viva de la Palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia,
madre y maestra de todos los fieles por mandato del Señor. Lo tendremos
muy en cuenta en la programación pastoral del próximo curso con espíritu
de comunión eclesial.
Con motivo de esta
Jornada de la Acción Católica y de todo lo que es apostolado y
cooperación de los seglares en la misión de la Iglesia, quiero dar las
gracias a todos los fieles laicos que desde las organizaciones
apostólicas, las asociaciones, los voluntariados, las diferentes
funciones catequéticas, litúrgicas, docentes y caritativas, la
dedicación a los más variados sectores pastorales, la espiritualidad, la
cooperación misionera, la administración de los bienes, y los mil y un
modos de ser y sentirse Iglesia diocesana, estáis respondiendo
generosamente a la invitación del Señor: “Id también vosotros a mi
viña” (Mt 20, 7).
Por supuesto que no
me olvido de tantos hombres y mujeres que, sin pertenecer a grupos o
estructuras eclesiales, ejercen su profesión o se dedican a su familia o
cooperan en los más diversos ámbitos de la vida social y pública,
incluida la política, la economía, el trabajo, etc., tratando de ser
fieles a las exigencias de su fe y a los imperativos de la caridad
cristiana. También ellos merecen reconocimiento y aliento porque lo
propio del estado seglar es vivir en medio del mundo y de los asuntos
temporales con el fervor y el estilo del espíritu cristiano como
verdaderos fermentos en medio de la masa.
¡Feliz fiesta de
Pentecostés! ¡Feliz Jornada de los seglares en la Iglesia y en el mundo!
Con mi cordial saludo y bendición:
+ Julián, Obispo de
León
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